ENRIQUE CADICAMO: VIDA Y OBRA
  Opiniones varias
 



OPINIONES.


Párrafos de opinión sobre este sitio, traducidos de la revista francesa "La Salida" n°46 (dirigida por el Sr. Fabrice Hatem), dedicada a Enrique Cadícamo:

 



El que dijo que a la  palabra " Cadicamo " tipeada en google, internet la mimaría, tenía buena razón. Poetas y apasionados se dan otra vez cita sobre la tela para compartir su saber y promover la obra del gran Poeta. Le aconsejamos ir directamente a la página web de Ariel Carrizo Pacheco titulada " Enrique Cadicamo: vida y obra ". Presenta allí (en español) un estudio extensivo sobre el autor de Niebla del Riachuelo. Es la tercera dirección que aparece en el momento de una búsqueda de "Enrique Cadicamo" sobre Google. Usted encontrará allí los datos biográficos, los textos de canciones, los registros que contienen sus obras, sus publicaciones literarias, pero también sus incursiones en el mundo del cine, y las distinciones que recibió. La página web es completada, si necesidad había, de lazos internet, galería fotográfica y diversos documentos. Impresionante por su precisión, Ariel Carrizo Pacheco presenta un trabajo sumamente profundizado que encantará al lector exigente. Su conclusión acude a las rimas; él nos entrega un poema en homenaje a su antiguo colega. Algunas estrofas a la gloria de un autor inigualable y gran genio de la pluma, y que quedará eternamente admirado. Proponemos compartir con ustedes un extracto de este Poema, titulado Eternamente Cadícamo:

Creador inigualable, su luz no se ha apagado;

sus tangos, sus escritos, continuarán formando

reflejos de su alma, como un rico legado

que el pueblo para siempre seguirá disfrutando.

 

Gran Genio de la Pluma, su eternidad supera

todos los calendarios... Que los años corridos

persigan el futuro; será inútil la espera:

no hay duración que pueda sumirlo en el olvido ....

 

Texto original:

Celui qu'a dit qu'à mot « Cadicamo » saisi dans google, internet vous gâtera, avait bien raison. Poètes et passionnés se sont une nouvelle fois donnés rendez-vous sur la toile pour partager leur savoir et promouvoir l'oeuvre du gran poète. Nous vous conseillons de vous rendre directement à la page web de Ariel Carrizo Pacheco intitulé « Enrique Cadicamo : vie et oeuvre ». Il y présente (en espagnol) une étude extensive sur l'auteur de Niebla del Riachuelo. C'est la troisième adresse qui apparaît lors d'une recherche de « Enrique Cadicamo » sur Google Vous y trouverez les données biographiques, les textes de chansons, les enregistrements qui contiennent ses oeuvres, ses publications littéraires, mais également ses incursions dans le monde du cinéma, et les distinctions qu'il a reçues. La page web est complétée si besoin en était de liens internet, galerie photographique et divers documents. Impressionnant de précision, Ariel Carrizo Pacheco présente un travail remarquablement fouillé qui ravira le lecteur exigeant. Sa conclusion fait appel aux rimes, il nous livre un poème en hommage à son ancien collègue. Quelques strophes à la gloire d'un auteur inégalable, grand génie de la plume, et qui restera éternellement admiré. Nous proposons de partager avec nous un extrait de ce poême, intitulé Eternamente Cadícamo :

Creador inigualable, su luz no se ha apagado;
sus tangos, sus escritos, continuarán formando
reflejos de su alma, como un rico legado
que el pueblo para siempre seguirá disfrutando.

Gran Genio de la Pluma, su eternidad supera
todos los calendarios... Que los años corridos
persigan el futuro; será inútil la espera:
no hay duración que pueda sumirlo en el olvido....

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Párafos de la pág. 137 de "El tango en el barrio de Flores",  interesante obra del historiador  Ángel O. Prignano (Biblos, 2011):

"El poeta, ensayista y compositor Ariel Carrizo Pacheco dio cuenta de los años postreros de Cadícamo en los siguientes términos:


"Cadícamo vivió sus últimos años con una salud de hierro que le permitió desempeñar una actividad intelectual lúcida y dinámica, mediante la cual continuó impulsando proyectos hacia el futuro, a la vez que rememoraba los ayeres lejanos, haciéndolos trascender desde la enorme importancia de sus fieles testimonios..."

Luego de unos achaques renales y otras complicaciones, su corazón dejó de latir a las 10:30 del 3 de diciembre de 1999. "Cada partícula de Buenos Aires", continúa Carrizo Pacheco, "se expresa mediante sus tangos reflectores de nuestra más pura esencia. Cada uno de ellos, como certeras pinceladas retratistas, nos hacen el honor de condensarnos en su bien ganada inmortalidad."

 





Citas de fragmentos de esta página web, en el cancionero "Enrique  Cadícamo " (Ediciones Margus, 2007, a cargo de Francisco Montesano). La muy bien seleccionada compilación y el estudio prelimar pertenecen al Sr. Hugo Dante Bevacqua:

 

"... Durante la filmación de la película La historia del tango atrajo su atención una muchacha que intervenía en determinada escena bailando con Tito Lusiardo."
"Según lo señala Ariel Carrizo Pacheco - escritor y compositor que es, además una autoridad en todo lo relacionado con la vida y obra de Cadícamo: "... El destino quiso que a comienzos del 50, Enrique acompañara a su amigo Miguel Juárez Celman - nieto del ex mandatario - a la escuela de danzas de Otto Werber. "En este vivero de bailarinas (...) descubro aquel rostro que un año atrás me había atraído extrañamente (...) De una sola mirada pude abarcar de cerca su luminosa juventud...", diría más tarde el poeta, refiriéndose a Nelly Ricciar (luego integrante de la pareja de danzas Nelly-Nelson) con quien mantuvo un extenso noviazgo que en 1961 desembocó en matrimonio..." (Pág. 19)

" (... ) Señala Carrizo Pacheco que "Son tantas las canciones (y, lo que es más importante aún, son tantos los éxitos y tan alto el nivel general de calidad aplicado a una múltiple disgregación de caminos argumentales), que de haber sido escritas por cuatro o cinco autores, en lugar del único e irrepetible Cadícamo, hoy en el más selecto podio del tango tendríamos a tres o cuatro glorias más" (Pág. 20).

"Refiriéndose a las creaciones teatrales de Cadícamo, dice Carrizo Pacheco: "La baba del diablo, sainete de un acto y tres cuadros, tuvo su función inaugural el 28 de enero de 1930 en el teatro Smart (...) Esta fue la última obra teatral que Cadícamo creó en colaboración; en este caso su coautor fue Félix Pelayo junto con quien además compuso la letra del tango La biaba de un beso (...) que dentro del sainete jugó el papel de número musical y que, posteriormente, fue grabado por Azucena Maizani."" (Pág. 67)

   





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Imagen de la portada de "Cadícamo. Esencia de Tango." (Cancionero Comentado
de Ariel Carrizo Pacheco), en el libro "La historia del tango canción:
1917-1967. Los años de oro", del prestigioso jurista y ex magistrado español
Juan Montero Aroca (Edit. Tirant to Blanch, Valencia, España, 2013).

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Diario La Verdad, Tributo a Ben Molar, nota del Dr. Carlos Yapur (11/12/2016)


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O P I N I O N E S de CADICAMO, SABATO, FERRER, MAMONE:
 

 

- Ariel Carrizo Pacheco es un tesoro; un chico estudiante, pero lleno de influencias tangueras. A veces no sé si cumplirá con la ortodoxia de la escuela que le pide las lecciones como deben ser, porque el tango lo atrae mucho. Tiene 15 años. Así que se va a poner loco de contento si puede escuchar esta grabación él; y más dicha por Ud. que es un hombre de tango.
 

ENRIQUE CADICAMO
(en diálogo con Lionel Godoy en "
La Noche con amigos" - Radio El Mundo - tras un recitado de unas décimas de Ariel C. P., el 16 de septiembre de 1991)


www.youtube.com/watch

 
                    

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- Ariel Carrizo Pacheco tiene mi simpatía inmensa. Esperanzado, creo firmemente en su futuro.

 

ERNESTO SABATO
 Santos Lugares, agosto de 1994.

 

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- Ariel Carrizo Pacheco es un pichón de poeta que puede llegar a ser amado por la Poesía.
 

HORACIO FERRER
Era 1992



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"Este chico, Ariel Carrizo Pacheco, ha hecho un trabajo sobre el bandoneón, que yo quisiera que un día lo leyera aquí . No tiene desperdicio. Es increíble que alguien a los 18 años sepa tanto, se documente tanto. Y qué lindo que tengamos, como quien dice, "la posta," porque nosotros nos vamos, ¿y luego?... Pero con gente así, tenemos futuro..."

PASCUAL MAMONE

(Radio F.M. Tradición, programa
"Al compás de un tango",
de Héctor Ricardo D'Estéfano, 1993)


 

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Programa de "Un amor de tango. La verdadera historia de Madame Ivonne" (2011), con reseña final escrita por Ariel Carrizo Pacheco.


DECLARACIÓN DEL H. SENADO 
DE LA NACIÓN ARGENTINA

Con fecha 11 de agosto de 2010, el Senador Nacional Mario Jorge Colazo, presentó un Proyecto de Declaración (Exp. 2593/10, Aprobado el 20/10/10)  para instituir como de interés de la H. Cámara de Senadores la conmemoración de cada aniversario del natalicio "del más prolífico poeta del tango, DOMINGO ENRIQUE CADÍCAMO, a celebrarse el 15 de julio de cada año" Los ocho  folios  de   sus      fundamentos firmados por el senador Colazo, contienen copias textuales de los párrafos de este sitio web, sin citarse, como es debido, la fuente utilizada:

http://tv.senado.gov.ar/web/proyectos/verExpe.php?origen=S&tipo=PD&numexp=2593/10&nro_comision=&tConsulta=3

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Cadícamo, poeta de la ciudad

Por René Vargas Vera


Sadaic acaba de honrarse, honrando al poeta Enrique Cadícamo.

En la noche de los Grandes Premios Sadaic 1998, el miércoles último, la Sociedad de Autores y Compositores entregó al vate nacido en Luján el Gran Premio Sadaic de Oro.

El origen latino del vocablo (proemium) indicó paga, salario, utilidad, merced. Premio es sinónimo de recompensa, galardón. El premio considera el mérito; la recompensa, el trabajo, el sacrificio; el galardón, el alto aprecio de quien lo confiere.

Se premia al estudiante sobresaliente; se recompensa al que expone su vida por salvar a un prójimo; el emperador Augusto galardonó a los grandes poetas de su tiempo.

El que Sadaic otorga a Enrique Cadícamo es un premio -también un galardón- a la poesía. Sadaic emula así aquellos juegos florales cultivados desde la más remota antigüedad en Grecia, en que se adornaba con una corona de oro o plata, de laurel u olivo (en el siglo pasado se regalaba una flor) al poeta que había triunfado en la competencia con un himno, una oda, una tragedia.

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Los premios a la labor artística gozan hoy de dudoso prestigio. Los jurados, multitudinarios, de gente involucrada en el negocio o de escasa formación cultural y nula idoneidad, les restan seriedad y respeto.

Pocos -poquísimos- premios son otorgados por jurados rigurosos. Muy escasos son los que apuntan con actitud ética y sólido fundamento al reconocimiento de la calidad y la excelencia del arte.

De allí que un premio otorgado por sus pares -los creadores de poesía y música- a Cadícamo goce del beneficio de la credibilidad y signifique un gesto colectivo de gratitud.

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Enrique Cadícamo nos viene dejando tangos inolvidables desde que en 1924, ya en Buenos Aires, compuso el primero, "Pompas de jabón", uno de los veintitrés que le cantó y grabó Carlos Gardel. Hablamos en tiempo presente porque hoy mismo, a los 98 años -los cumplió el 15 de julio-, Cadícamo sigue escribiendo inspirada poesía y música, como lo demostraron las últimas grabaciones del sello independiente Melopea.

El gran maestro también sigue escribiendo y reeditando libros, como los publicados con quijotesco empeño por la editorial Corregidor. Pruebas al canto: los actualizados en esta década son "Debut de Gardel en París" (1991); "Café de camareras" (1993); "Poemas bajos" (1994), y "Mis memorias" (1995), del que aparecerá una edición actualizada en la próxima feria del libro.

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¿Cómo no recordar aquí "Anclao en París", escrito en el grill del Hotel Oriental, de Niza (Francia), a instancias de Guillermo Barbieri y en recuerdo de compatriotas secos de bolsillo en Montmartre. "Tirao por la vida de errante bohemio / estoy, Buenos Aires, anclao en París..."

¿Cómo olvidar "Muñeca brava" ("Che madam que parlás en francés/ y tirás ventolín a dos manos"); "Che papusa, oí" ("...los acordes melodiosos que modula el bandoneón"), con música de Matos Rodríguez; "Madame Ivonne", musicalizado por Eduardo Pereyra ("Era la papusa del Barrio Latino...")

Es difícil elegir entre tantos certeros perfiles de época como son la pobre solterona de "Nunca tuvo novio" o la "Shusheta" de la calle Florida.

Pero allí están otros tangos perdurables, impregnados de melancolía. "La casita de mis viejos" ("Barrio tranquilo de mi ayer / como un triste atardecer / a tu esquina vuelvo viejo"); "Niebla del Riachuelo" ("...amarrado al recuerdo / yo sigo esperando..."); "Nostalgias" ("Quiero emborrachar mi corazón / para apagar un loco amor/ que más que amor es un sufrir..."); "Garúa" ("¡Qué noche llena de hastío... y de frío...!"); "Los mareados" ("Rara, / como encendida / te hallé bebiendo / linda y fatal...").

La épica y la lírica de Buenos Aires; el gracioso lunfardo o las altas alegorías; París o el suburbio porteño rondan nuestros días.

La Nación, Lunes 21 de diciembre de 1998

 

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Historia de un Poeta

Cualquier autor se le parece, pero él no se pareció a ninguno.

Retrató como ninguno el barrio, la nostalgia y la mujer. Todos los próceres del tango grabaron sus temas. Vivió entre otras cosas, los esplendores de la gomina, el esmoquin y la camisa de seda.

Por JORGE GOTTLING De la Redacción de Clarín, 04/12/99

Conservó hasta el último aliento buena parte de su vieja pinta: andar firme, cabello por todos lados, voz seca y levemente autoritaria, como la de quienes acostumbran a ser obedecidos, ropa buena con corte y colores tradicionales, infaltables tiradores, rara vez anteojos. El paso del almanaque sólo lo delataba ese rostro franco decorado con arrugas. En cada una de sus arrugas cabrían cien dólares en monedas, pero esas profundidades marcaban también una condecoración. Ese cajetilla actualizado, que vivió aquella bohemia de los esplendores de la gomina, el esmóquin y la camisa de seda, portó un apellido que sonó familiar a varias generaciones de argentinos. Pero fue él quien inauguró su estirpe. Nació con el siglo (15 de julio del 1900) en una estancia de Malcolm, cerca de Luján, en la que su padre oficiaba de mayordomo. Infancia rodeada de teros, bucólica, agreste, impermeable a cualquier influencia de los primeros tangos, separada de la noción de ciudad por esa frontera geográfica que algunos denominaron arrabal, sin advertir que el arrabal no es entidad de catastro, sino un paisaje del alma. Décimo hijo de una prototípica familia de inmigrantes italianos, fue probablemente el elegido por el clan, sin él saberlo, para enraizarlos en la nueva tierra. A los seis años, los Cadícamo se trasladan a Floresta, tras un fugaz paso por Luján. En la escuela pública rubrica sus primeros poemas con destino de alcantarilla. El barrio de Floresta era también un paisaje campestre, un lugar recoleto para gente educada, incapaz de cortar la paz de la siesta. Pero es allí donde se filtran las primeras experiencias culturales provenientes de una ciudad que amasaba sus propios fenómenos: Cadícamo descubre el tango en un estado primario, con letras soeces y módicas, casi una musiquilla de suburbio. Su adolescencia transcurre entre libros, con largas veladas en ateneos y bibliotecas públicas. De entonces son los primeros recuerdos, que se hacen verso, en la prisa por captar cuanto antes, lo que intuye que no será igual un segundo después. Evocaciones que tienen que ver con ineludible admiración por guapos y malevos, en contraposición con la endeblez espiritual de los compadritos, una deformación cocoliche de aquella especial raza de varones. Esos personajes estarán presentes en sus tangos, marcarán la alternativa entre la vida rea y la de una ciudad que se ensanchaba. También en aquel escenario aprende música, la necesaria para ponerle orla a algunos de sus tangos. Rosendo Luna, seudónimo con el que enmascaró al Cadícamo compositor, fue también un homenaje a aquellos guapos que originó el amalgama entre los códigos de honor del gauchaje con las nuevas costumbres urbanas. Arquitecto de su interior y su figura, arriba a Buenos Aires en tiempos heroicos. Le estará reservado ser testigo y leyenda de un pago imposible. Edificará algunos de los mejores frescos de una ciudad copada por los inmigrantes, con destinos signados por la promiscuidad de los conventillos, dueña de un idioma arrasado y cambiante. Cadícamo registra esos cambios. Utilizará, a veces, el lunfardo, asignándole a cada término su valor descriptivo real. En ese centro, casi fatalmente, se toparía con Juan Carlos Cobián, un músico excepcional, que se convertiría en su complemento. Aman al tango, al champagne y a las mujeres, no necesariamente en ese orden. Tienen en común, también, un alma de desterrados voluntarios. Coincidirán en algún punto del periplo. De Malcolm a Luján, de Luján a Floresta, de Floresta al centro y de allí a París y Nueva York fue la elección de Cadícamo. Cuando conoce a Gardel, tiene ya toda una obra: Gardel le grabará 23 temas. Tras la aventura parisina, que reflejaría en tangos de gran factura poética, vivirá con Cobián en Nueva York. Ambos personajes capaces de atravesar la noche desde el East al West Side, en tiempos de la Ley Seca, conocedores de los códigos para desentornar ciertas puertas y combinar el último whisky de la noche con las primeras toses de la mañana. Antes, había penetrado París con su talento y sus tangos. Hasta que decidió el regreso, cansado de no reconocer sus propias sábanas, hastiado de hoteles lujosos e idénticos. Fue acá y entonces, cuando edificó la gran obra. Hoy, esos tangos, musitados, malaprendidos, gozan de buena salud porque constituyen, en sí mismos, una metáfora sobre la dignidad de algunas derrotas. Cadícamo logra complicidades, sonrojos que nos son comunes; siempre hay un barrio detrás y la permanencia de un rostro de mujer. No presumen de hombría, acaso porque hay lenguaje para poder presumir de mujería. Hay un tono rotundamente masculino, incluso en la descripción fría y final del momento crucial de la fractura. En la Argentina precaria y sospechosa de los últimos años, la creencia se ciñó a verdades de tango. En ese registro está la clave de la vigencia y la herencia de Cadícamo. Cualquier autor se le parece, pero él no se pareció a ninguno. Es que cada uno de sus tangos tiene el condimento especial de las viejas costumbres de barrio. Por otro costado, su frecuentación con los clásicos le permitió incorporar giros y fabricar situaciones provenientes de otros sistemas literarios. El ubi sum parece más melancólico que nostálgico. En suma, marcan una apelación al retorno de un tiempo que caducó, pero que evidentemente dejó una huella profunda en la vida social del país. El segundo milagro fue que Cadícamo gambeteó la vejez. Hasta ayer, hablaba del futuro como una noción que le competía. Tuvo una buena oreja y mantuvo los ojos solteros, acaso como último jirón de juventud. Habló poco y justo, precisamente él, que tenía respuestas para todo. Fue respetuoso de la inteligencia, como forma superior de la palabra. De la palabra y del silencio, que es su primera consecuencia, formalizó su profesión y su actitud. El silencio fue su alimento, y acaso por eso se escuchó tan lejos.

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El poeta de los hombres efímeros

Por JORGE AULICINO De la Redacción de Clarín. 04/12/99

La impronta de Cadícamo es inconfundible. Sus letras aluden al mundo de la pasión fugaz, el cabaré, la noche. Descorren las cortinas de una atmósfera secreta donde susurraban las promesas. Mundo nocturno que trasmitía gloria. El cielo del suburbio, el edén del arrabal, se había traslado al Centro. Y era otro edén, riesgoso. Una suntuosidad que se sostiene en su propia exageración recorre los tangos del maestro. Se habla en ellos de boca roja y oferente, de fino bacarat, de eléctrico ardor, de rosas muertas; de lluvia detrás de los cristales, champán, adioses inteligentes, fuego en la respiración. Toda esta poesía ornamental era heredera de Rubén Darío. Un mismo trazo la une sin duda con la de Sandro (tu boca, sensual, peligrosa es un verso que pudo haber escrito Cadícamo, adaptando a su vez al Darío de las lacerantes risas de oro de las marquesas). Cuando Cadícamo -su personaje- regresa al barrio, del que se alejó por locuras juveniles, la falta de consejo revela la insólita presencia en la casita paterna de un viejo criado. Es coherente, sin embargo. Su criado es irreal como su muchachita dulce y rubia, como la pasional mujer de risa loca. Pero es que el tema era justamente la irrealidad. El amor que se esperaba del cabaré debía ser así, extravagante, lujoso a más no poder. Y era sin embargo amor que se añoraba con el cuerpo, amor físico. El aliado de Cadícamo fue el músico Juan Carlos Cobián, a quien definió como un romántico exasperado. Un tango ataca con una nota tan aguda que obliga a la voz a humillarse o tratar de aplacarla. Es el tango Los mareados, ejemplo de esa crispación que Cadícamo compartía. Pero el mundo de la noche encierra una promesa, se dijo. Está claro que es la del amor inmediato, el de una mujer hechicera. Todo lo impregna ese deseo de una perversidad aniquilante, pero sutil y eficaz como un bisturí. Y, sin embargo, hay también allí la posibilidad de un fulgor metafísico. Cielo infernal para tipos de barrio que huían de su condición efímera, anónima, mortal. La muñeca brava de Cadícamo está contada en elegante lunfardo. Magistral el cruce de mundos alto y bajo: el biscuit de pestañas muy arqueadas, salida de Villa Crespo, o, mejor, de un cabaré de Villa Crespo, El Trianón, es la vestal de la noche prohibida. No por afán de sacralizar a los autores populares se puede decir que Enrique Cadícamo fue poeta. Trasciende el calificativo de letrista. Porque su mundo es uno, y fuerte, y se sostiene según sus propias reglas.

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Retrato de un gran poeta del tango

Las canciones del siglo

Los versos de Nostalgias, Muñeca brava y Los mareados darán perennidad a Enrique Cadícamo, quien, aún con sus 99 años, sorprendió con su muerte. Testigo de una época, jerarquizó el tango-canción.

Por: SERGIO A. PUJOL, Clarín 12/12/99


Casi el primero y posiblemente el último gran letrista de tango, Enrique Cadícamo vivió el siglo veinte con increíble entereza. Siglo veinte: ésa fue la medida de todas sus cosas, y tal vez por eso nos recordaba, cada vez que podía, que su tango Al mundo le falta un tornillo era anterior a Cambalache de Discépolo. Con eso quería significar que él también había pensado el mundo desde el mirador del tango; que él también había expresado su filosofía en moneditas. Como testigo agudo de una modernidad que lo vio nacer en un tiempo en el que los diarios hablaban más del futuro que del pasado, Cadícamo se sentía un privilegiado, y eso lo preservó de todo resentimiento. A la hora de relevo, prefirió documentar un mundo que moría antes que intentar restaurarlo. Había nacido el 15 de julio de 1900, en una estancia cercana a Luján. Sus padres eran italianos -como correspondía a todo buen criollo- y sus hermanos, una larga tribu. Ya instalados en el barrio de Floresta, los Cadícamo pronto descubrieron que al hijo menor le gustaban por igual las letras y la música. Si bien Enrique ya tenía 25 años cuando Carlos Gardel grabó Pompas de jabón, podría decirse que aquélla fue una revelación precoz: hacía muy poco tiempo que el tango se había vuelto canción, y Cadícamo creyó en él. Hoy parece una elección natural, pero entonces no lo era. El tango aún no tenía pasaporte para ingresar a la patria de las letras.Por entonces, Enrique trabajaba como escribiente en el Archivo del Consejo Nacional de Educación. De noche frecuentaba algunos sitios ya copados por el tango -teatros, cabarés, salones de baile-, y su amistad con el temible crítico teatral Pablo Suero lo decidió a cambiar sus versos para ser leídos por otros para ser cantados, aunque a los primeros nunca los dejó del todo (Canciones grises, La luna de bajo fondo y Viento que lleva y trae fueron sus libros de poesía). Años más tarde, recordaría un hecho gracioso: había sido el mismísimo Leopoldo Lugones el que motivó a este joven empleado administrativo a volcarse con más decisión al mundo de las letras. Justamente Lugones, que definió al tango como un lagarto de lupanar. Finalmente seducido por la poesía de Celedonio Flores, Cadícamo tuvo la osadía de ser letrista de tango de tiempo completo. Aquél era un oficio nuevo, y él lo sabía. Antes de que su estilo fuera reconocible, el atento lector de Darío y D Annunzio contribuyó como pocos a la forja de una clase de poesía popular que, sin descuidar el diálogo con los clásicos y especialmente con el modernismo, anclaba en las nuevas formas de la industria cultural. Aquellas canciones que surcaban el aire de las ciudades argentinas tuvieron suficiente violencia como para sacudir las convenciones. Después de muchos años de baile, la música porteña había descubierto la elocuencia de la letra y de la voz. Los sectores populares y medios reclamaban una literatura oral que pudiera expresar, con sencillez y la mayor belleza posible, las transformaciones de la vida urbana. Desde esa perspectiva, el tango-canción tuvo afinidad con otros repertorios de gran ciudad. Al respecto, el novelista E.L. Doctorow escribió sobre los standards norteamericanos un ensayo cuya idea central podría aplicarse al tango: No sólo su simpleza sino también su brevedad las torna más universales e instantáneamente accesibles que cualquier otra forma. Preservar la vida en una melodía lírica significa ejercer una tremenda violencia sobre la realidad, y ésa es la fuente de su mágico poder.Para preservar la vida en una melodía fue necesario el desarrollo de medios y soportes tecnológicos. Cuando Cadícamo aún jugaba a las bolitas y soñaba con espiar desnudos femeninos en el mutuscope del Paseo de Julio, la música popular acababa de descubrir los poderes de la reproducción mecánica ( y a veces no tan mecánica) del arte. Discos de pasta, partituras ligeras, conjuntos y solistas en la radio y en los salones, victroleras y orquestas de señoritas en los palcos de los cafés del Centro: estas rutinas de la difusión, estas eficaces cadenas comunicativas, crearían un curioso efecto de acople o síntesis: los giros musicales y lingüísticos de los tangos más arrabaleros irrumpían en los mejores salones; ese campo recién urbanizado de las afueras se presentaba, con su desbocada mezcla de gaucho con inmigrante, en los sitios más modernos. En ese sentido, los tangos de Cadícamo, salpicados de lunfardo y galicismos, con olor a pulpería de campaña y champagne que se bebe en el fino bacará, fueron la mejor puesta en escena de ese choque cultural apenas amortiguado por las mieles del boom tanguero. En sus letras se superponían -y no siempre con la armonía que podría esperarse de eso que José Luis Romero llamó la Argentina aluvial- las imágenes del mundo lumpen y desclasado con las de la urbe idealizada.La reiterada cita de París funcionaba en la poesía de Cadícamo como un recurso extremo: desde allí hacia abajo, se dibujaba un mundo imperfecto y heterogéneo, de mezclas insólitas, de ascensos y caídas. Finalmente, como en varias obras de teatro de la época, la luz que irradiaba París terminaba por derribar a los Icaros criollos.No es difícil encontrar ejemplos de aquellos conflictos en un corpus de cientos de temas. En Muñeca Brava, letra emblemática, ella era del Trianón de Villa Crespo, no del Trianón de Versalles. Y para aventar toda sospecha de misoginia, en Compadrón el personaje en cuestión resultó ser un compadre sin escuela, / retazo de bacán. Siempre así, entre dos mundos, con la ilusión transitoria de una nueva identidad, para luego descubrir el fraude. La dualidad de aquella cultura era finalmente aceptada por Cadícamo, a la postre más comprensivo que moralista, aunque alguna vez haya insinuado que las mujeres siempre son/ las que matan la ilusión y construyera casi toda su poética sobre el morboso ejercicio de detectar la decadencia aquí y allá. Cadícamo escribía como si supiera que su edad iba a ser la del siglo. Esto hacía que sus creaciones fueran sus cómplices a largo plazo. Nunca se situó por encima del mundo que retrató. Hasta el más dandy de sus gestos nacía del afecto por esa fauna noctámbula y acelerada. El realmente quería a Madame Ivonne y sus congéneres. Los acompañó en las buenas y en las malas. Entre sus primeros tangos y los de la madurez -digamos, entre Anclao en París y Los mareados, este último con música del gran Juan Carlos Cobián, al que Cadícamo llamó, con justicia y justeza, el Chopin del tango- , poco a poco el poeta fue cambiando el tono de su voz, y acaso también los temas. En realidad, se trató de una modulación antes que de un corte brusco. Había empezado a escribir en plena fiesta de los años veinte, cuando era plausible describir con cierto humor los desmanes de los jailaifes y las aventuras de las milonguitas y sus bacanes. Y derivó, como tantos otros, en la mirada nostálgica de los 40, paradójicamente la época de oro del tango. El melodismo de Cobián, lleno de cromatismo y cambios de armonía, fue lo mejor que le podría haber pasado a ese Cadícamo de Nieblas del Riachuelo. Si la palabra romanticismo como categoría estética quiere decir algo en la historia del tango, se lo debemos a la dupla Cobián-Cadícamo.  El spleen de los años locos devino así en la elegía al barrio perdido, la casita de los viejos, las noches llenas de frío y de hastío y el deseo de apagar antiguos besos / en los besos de otras bocas, como escribió magistralmente en Nostalgias, su pieza preferida, aunque la mayoría de sus admiradores siempre se empeñó en elegir otro clásico irresistible: Los mareados. Incluso se atrevió a dialogar con la atmósfera sentimental del bolero, en tangos como La luz de un fósforo, o Por la vuelta: Afuera es noche y llueve tanto / Ven a mi lado... me dijiste. / Hoy tu palabra es como un manto, / un manto grato de amistad... / Tu copa es ésta y la llenaste.../ Bebamos juntos, viejo amigo, / dijiste mientras levantaste/ tu fina copa de champán....a sin mordacidad y lejos de los apóstrofes de los primeros tiempos, el poeta se volvió crepuscular, como si las predicciones agoreras que pesaban sobre sus primeros personajes se hubieran hecho realidad sobre una primera persona que ahora buscaba el consuelo del alcohol y otros calmantes. En verdad, los finales de sus historias resultaron ser más melancólicos que patéticos. Ese fue el ciclo de Cadícamo: el ciclo mismo del tango, aunque aún faltaba Homero Expósito y más tarde llegaría Horacio Ferrer. No es que Cadícamo haya dejado de escribir después de la década del 40, pero, amarrado al recuerdo, lo siguió haciendo sobre aquellos moldes. El del mediados de los 30 en adelante ya se definía como un poeta secular del tango. Secular y en cierto modo historicista. Tangos como Otros tiempos y otros hombres, Vieja Recova, Palais de Glace, A pan y agua o Tres amigos remitían a un pasado que Cadícamo no había llegado a conocer. No directamente, al menos. Su operación -que en rigor ya estaba planteada en Aquellas farras, sobre la música de Argañaraz- no distó mucho de la de Borges y su fundación mítica de Buenos Aires, aunque con un lenguaje y desde un universo diferentes. Desarrollados en su libro Viento que lleva y trae, de 1945, aquellos versos del Buenos Aires del novecientos describieron en tiempo pasado una realidad de pioneros (de la música, del baile, de los oficios urbanos, en cierto modo de la hombría) con la data de un virtual memorialista. En este punto, hay que señalar que la poesía y las letras de Cadícamo aún mantienen un cierto valor etnográfico, por decirlo de alguna manera. Con ellas se pueden reconstruir los lineamientos de una cultura. Menos universal que Discépolo, menos poético que Manzi y tal vez menos osado que Expósito, Cadícamo fue, antes que nada, una mirada atenta, un don para la observación. Su cancionero, que incluye muchas palabras que ya no usamos y que si no fuera por él ya serían lengua muerta, es toda una fenomenología del tango. Es posible que su interés por el cine -que llegó a frecuentar como guionista y realizador ocasional- haya tenido algo que ver con esa notable agudeza visual para la pincelada veloz y elocuente. La suya fue una evocación a partir de señales muy particulares, detalles de un cuadro histórico general. Nicolás Olivari, que amó el tango pero decidió quedarse del lado de las letras sin música, supo sintetizar algunos tipos del arte de Cadícamo, con vocabulario de su tiempo: Mujeres y hombres, reseros y cuarteadores, guapos y cortesanas, malandrines y troteras, paicas y rufianes, daifas y chulos, pelanduscas y maquereaux, revueltos en la gran cocina picaresca del ají-aceite, en el gran patio de Monipodio de lo picaresco-trágico...Esta fidelidad a una lengua y a un mundo que él vio nacer y morir -o al menos eso nos hizo creer- no lo alejó de la vida. Cadícamo tenía una vitalidad increíble y creció con su ciudad. Hacía tiempo que había cruzado esa línea improbable de los 90 años y aún emprendía con decisión sus caminatas céntricas, su descanso en un modesto café que las futuras enciclopedias del tango registrarán, sus cenas con amigos. En 1994 había conocido a Litto Nebbia, y con él decidió cerrar su producción, exhumando tangos inéditos -algunos grabados por Adriana Varela- y proyectando una despedida siempre demorada.Entre los proyectos que no pudo ver realizados quedó un libro en prensa, un guión para una película sobre el debut de Gardel en París -uno de sus temas predilectos- y un par de cosas más. Fue una deuda chica, en alguien que supo saborear la vida desde los mejores escaños de la ciudad. Hace unas semanas dijo que no se sentía del todo bien, como si tuviera 20 años y una gripe a cuestas. Una enfermedad prolongada hubiera sido intolerable, para él y para los que lo conocían y querían. En paralelo con el siglo, Cadícamo se fue con él. No estará para los festejos del 2000, aunque conoció farras menos programadas y seguramente más excitantes.

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Enrique y Jorge


Por Carlos Polimeni, Página/12 - 13-12-1999


N
acieron cuando el siglo XIX estaba convirtiéndose en el XX, hijos de familias europeas que no entendían del todo bien una Argentina en formación en la que todo olía a futuro. Jorge Luis Borges leyó El Quijote en inglés; Enrique Cadícamo hacía esfuerzos por aprender a la vez español e italiano. La recoleta madre de Georgie no entendía cómo podía escribirse buena literatura en una lengua tan limitada como la española, y le transmitió a su hijo esa convicción. Cadícamo, hijo de italianos revoltosos, se devoró completo a Gabriele D'Annunzio, llenándose temprano de una melancolía engañosa: de chico, solía sentir nostalgias de lo que nunca había pasado. Borges venía de una familia de terratenientes; Cadícamo era uno de los nueve vástagos del mayordomo de una estancia de Luján.

A los dos los deslumbró el modernismo, acaso por orgullo: el nicaragüense Rubén Darío, con esa cara de indio, había logrado la hazaña de hacer que los escritores españoles entendiesen que América era algo más que una colonia (cultural). Ambos fueron empleados públicos cuando el peso no les alcanzaba y les daba vergüenza ser mantenidos: Borges archivaba libros en una biblioteca pública de Almagro; Cadícamo fue escribiente en el Archivo del Consejo Nacional de Educación. Los entusiasmó Hipólito Yrigoyen y les dolió el golpe del '30. Para entonces, ambos se consideraban ciudadanos del mundo, pese a que el mundo, que era Europa, quedaba a un mes en barco. Sin conocerse personalmente ni respetarse en demasía, mirándose históricamente de costado, Borges y Cadícamo se dedicaron a contar el siglo argentino. Uno, seguro de que era un deber apuntar lo más alto y lejos posible. Otro, convencido de que podía ayudar a jerarquizar el arte popular. A su modo, coincidieron en inventar oficios que no existían, y vivieron con holgura de eso. Borges inventó el oficio de gran escritor argentino; Cadícamo inventó el oficio de letrista de tango. Podría agregarse, en broma, que de no haber sido así, tendrían que haber trabajado.

Borges murió en 1986 en Ginebra, cuando promediaba el Mundial de fútbol de México, que Argentina ganaría, con lo que se ahorró un posible disgusto. Pocas cosas más lejanas a su gusto que los gustos populares en que Cadícamo se había propuesto intervenir. Cadícamo, que acaba de decir chau, creció en una época y un ambiente que el paso del tiempo se encargarían de inmortalizar: vivió a toda velocidad la belle époque argentina, previa a la llegada del peronismo, esa fiesta de pocos a la que podía accederse por portación de aspecto. Ambos fueron hechizados por el tango, de modo diferente. Borges, porque le permitía fantasear con lo que no había conocido y juguetear con la única épica que le parecía posible en un país ubicado en el culo del mundo. Cadícamo, porque estuvo en el momento exacto en el lugar preciso, con su oficio recién inventado en bandolera, y entonces le fue fácil escribir empezando por lo que veía. Borges quedó anclado en un tango que todavía era milonga, lleno de guapos y compadritos, de olor prostibulario, el tango de una época que conoció por los relatos de Evaristo Carriego y que en vano intentó rescatar del olvido. Cadícamo se metió de lleno en el terreno del tango canción, después de que Carlos Gardel casi lo inventara, y hasta los 50 bordó varias de sus mejores piezas. Después, como Borges, empezó a extrañar los tiempos idos. La diferencia era vivencial, no sólo literaria: Borges nunca vio un guapo de cerca, ni tenía el coraje necesario para internarse en ámbitos físicos desaprobados por el ojo de doña Leonor. Cadícamo no necesitaba que le contaran lo que eran las noches de cabaret, la ingesta de cocaína, el champagne tomado a rolete, el mundo de las putas y los cafishios, los trajes a medida.

Es probable que, de cada diez tangos que la gente común cite a la hora de elegir a sus preferidos, por lo menos tres sean de Cadícamo. "Los mareados", "Nostalgias", "Niebla del Riachuelo", "La casita de mis viejos", "Muñeca brava", "Garúa", "Anclao en París", "Por la vuelta", han hecho mucho más aportes a la identidad nacional que lo que la historia está hoy en condiciones de reconocer. Los grandes-grandes letristas del tango, esa secuencia que Cadícamo integra junto con Alfredo Le Pera, Celedonio Flores, José María Contursi, Enrique Santos Discépolo, Cátulo Castillo, Homero Manzi, Homero Expósito, son próceres culturales a los que el país todavía no ha sabido cómo hacerles justicia. Acaso porque la fabulosa invención cultural que fue el tango todavía es mirada con la peor de las mezclas --la de la ignorancia con la soberbia-- por cierto establishment académico que sigue pensando, ya en el siglo XXI, en un saber único superior, que habita sólo los libros. Manzi lo tenía claro cuando decidió que en lugar de escribir para las cátedras escribiría para gente.

El hoy tan discutible Ernesto Sabato pensó alguna vez que unos versos como "Ibas linda, como un sol/ se paraban pa'mirarte" no tienen nada que envidiarles a los más grandes de la historia de la lírica del idioma. ¿Se puede escribir una letra de canción superior a "Los mareados" (que nació como "Los dopados", en una época en que los muchachos de antes sí conocían cocó y morfina, y después cayó en manos de la censura y, más tarde, del sentido común)? ¿No es una joya de la expresión describir a una mujer en un estado especial con una combinación de tres palabras, de justa fama: "Rara... como encendida"? ¿Es mejorable, literariamente pensando, la idea: "Garúa, tristeza, hasta el cielo se ha puesto a llorar?". O, mejor dicho, ¿tiene tanto que envidiarle a "Moriré en París con aguacero/ un día del que ya tengo el recuerdo", del peruano César Vallejo? ¿No pagarían los mejores letristas del planeta, de cualquier rubro, por haber escrito "Nostalgias" ("de escuchar tu risa loca/ y sentir junto a mi boca/ como un fuego tu respiración")? Hay muchas estéticas, sobre todo la rockera, influidas con certeza por las grandes plumas del tango, al que sistemáticamente se recurre a la hora del ingenio, como fuente inagotable de expresiones: No habrá más penas ni olvido, le puso Osvaldo Soriano a una de sus novelas, El mismo amor, la misma lluvia (frase con que comienza la segunda estrofa de "Por la vuelta") se llamó una película de Juan José Campanella. La revolución que fue el movimiento del Nuevo Cancionero, en los 60, buscaba, entre otras cosas, que las letras del género llegasen allí donde el tango hace tiempo que se había estacionado: a hablar de lo que le pasaba a la gente real, no de los hermosos paisajes nacionales. Sí, está bien, el Nuevo Cancionero tenía un programa de acción política y el tango, en su conjunto, no. El programa de acción política del tango era su cancionero, que a esa altura, en lo fundamental, estaba listo para la posteridad.

Borges soñó con la fama, la consiguió ya de grande, y una vez que la tuvo no supo bien qué hacer con ella. Había pensado, inolvidablemente, y acaso para justificarse: "El tango crea un turbio pasado irreal, que de alguna manera es cierto". Cadícamo escribió, en el prólogo de su autobiografía: "La gloria es una herencia que se cobra después de muerto". Borges está enterrado en Ginebra. Cadícamo, en la Chacarita. Borges fue el más grande escritor europeo nacido en la Argentina. Con el adiós del dandy Cadícamo, que andaba dándoles vueltas hasta el final a los mismos temas de siempre --aquel Buenos Aires que el tiempo devoró-- parecería haber muerto el penúltimo porteño.

Cadícamo según pasan los años 

 Sus tangos evocan, con esplendor de fábula, una Argentina esperanzada

A lo mejor nos damos cuenta, al fin, de que el mundo de Cadícamo fue el único mundo imaginativo que, desde el punto de vista del ambiente mítico argentino, podía equipararse al de Borges. Un mundo que permaneció en algunas letras de tango, en la conversación, en los recuerdos colectivos de una época que se ha ido esfumando. Quizás ésa sea el área de su obra que más me interesa. En las canciones de Cadícamo hay frases que todavía buscan su verdadero territorio literario que, se me ocurre, es el de la ficción.

Sucede que a través del ambiente poético de sus tangos Cadícamo nos ha dejado imágenes y arquetipos que, si bien ya no parecen tener relación con nuestro tiempo actual, sin embargo aluden de una manera permanente a nuestra identidad. Las suyas son canciones inolvidables, cuyas letras parecen escritas con una especie de caricia sobre las palabras y las imágenes. A través de ellas, cuando son descriptivas, accedemos a un remoto trasfondo del presente, un mundo perdido, del que nos hemos ido apartando sin desearlo, ya que ése todavía es el territorio de muchos de nuestros sueños. Y como el viento que sopla a traves de un paisaje, nos topamos con la nostalgia, el amor por lo que no está. Y siempre, detrás, el tiempo; el tiempo que pasa y, en primer plano, la galería de personajes arrinconados entre el pasado febril de su juventud y el amargo desajuste del presente.

Sí, su obra nos regala un territorio. Muchos de sus personajes, por grandes que sean sus conflictos, pertenecen a un país del pasado que uno podría tal vez catalogar como optimista. Un país que creía con cierta candidez en su destino, no se cuestionaba con tanta saña y donde los argentinos, a veces, se encontraban, aunque fuera momentáneamente, con el éxito. Es un mundo de pasiones, de fracasos, de triunfos huecos y exilios dorados en los cabarets parisinos, de fragor y melancolía, todo con la permanente añoranza de las luces del centro de Buenos Aires, la noche de las bataclanas y los teatros. Y siempre una especie de euforia por nombrar las cosas. Una capacidad de querer que todavía hace vibrar sus letras. Una humanidad que estremece y esa facultad poética que viene de la observación de la vida, afilada por la literatura. En sus Memorias , cuando habla de París, hay una frase que define mejor que ninguna otra ese ambiente y nos da, de paso, el trasfondo metafísico de todas sus canciones: "Qué bien sonaban en la madrugada los tangos, ensamblándose unos detrás de otros, como las noches, como la vida que pasa, que vuela..." En su leyenda también figura el haber compuesto veintitrés letras que interpretó Gardel. Vale la pena nombrar algunas, porque estas canciones son lo que Simon Collier, autor inglés de una excelente biografía de Gardel, llama clásicos absolutos: "Muñeca brava", "Pompas", "Vieja recova", "Aquellas farras", "El que atrasó el reloj", "Ché Papusa, oí", "Madame Ivonne" y, desde ya, el mítico "Anclao en París". Como se ve, una serie de títulos incomparables que toman el pulso, entre brumas y añoranza, de una galería de personajes que parecen una rara combinación de los agonistas de Munch ("parece un pozo de sombras la noche") y Toulouse Lautrec, ("Mamuasel Ivonne era una pebeta/ que en el barrio posta del viejo Montmart/ con su pinta brava de alegre griseta/ animó las fiestas de Les Quatre Arts"). Esos personajes conforman una verdadera comedia humana, que se mueve a través del ritmo sinuoso de los tangos: "Ché Ômadam´, que parlás en francés/ y tirás ventolín a dos manos/ que escabiás copetín bien frapé/ y tenés gigoló bien bacán".

Por eso, con el paso de tantas décadas, la obra de Cadícamo poco a poco deja de ser descriptiva y se convierte en una especie de ventana a un mundo fabuloso que, si no fuera por el testimonio de tantos otros, parecería puramente de la imaginación. Es un mundo muy distinto de nuestro largo presente de quejas y desesperanza, y quizás, esas letras tan exactas en su descripción sean la parte más permanente de su obra. Porque en ese entonces, cuando por un instante todo pareció posible, aún no habíamos transitado por esa especie de literatura fantástica que conforman todos nuestros errores de los últimos setenta años. En el filo de ese momento -antes de la crisis financiera del veintinueve y del golpe de Uriburu, ese mes de octubre en que Gardel cantó por primera vez sobre la pista de vidrio del cabaret Florida-, la Argentina aún miraba con esperanza hacia el futuro. Eramos, todavía, el país del mañana. Y de a poco, de equivocación en equivocación, el presente se volvió cada vez más intransitable, el futuro perdió su atractivo y ese instante optimista se volvió inconcebiblemente remoto. Ahora Cadícamo emerge de esa lejana y perdida claridad y, mientras nos relata los detalles de ese pasado, sus canciones tienen para nosotros toda la magia fabulosa de un cuento.

 

 

Por Jorge Torres Zavaleta
Para LA NACION - Buenos Aires, 2002 (10-07)
La última novela del autor es La noche que me quieras , Editorial Emecé.

 

 
 
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